Hoy me gustaría envolverte en estas líneas un regalo especial, uno que vas a abrir, leer y entender recién dentro de algunos años. En esta esquina de la vida en la que estoy estando, déjame resumirte algunas enseñanzas que fui recolectando durante éste, mi propio andar. Y cada vez que estés triste, abrí este regalo y vas a sentir mi presencia, aunque no me veas.
En estos años aprendí que la vida hay que vivirla y no pensarla, que vinimos al mundo a expresar una nota, un color… Aprendí que después de crecer hacia arriba y hacia los lados, con las canas, los kilos demás y los achaques, empezamos a crecer hacia adentro. Aprendí que siempre debe haber “verdad en el pensar, belleza en el sentir y bondad en el hacer”.
Aprendí que “con quién” es más importante que “en dónde”. Y que las cosas más importantes no son cosas; que tener amigos es fácil, pero ser amigos no lo es; y que guardar un secreto es más importante que confiar un secreto. Aprendí que hay verdades que a veces es mejor callar y que callar no es mentir, pero que si hablás es siempre para decir la verdad.
Aprendí que para opinar sobre cualquier tema es mejor antes pensar y que en esa tarea de pensar te ayuda mucho el leer y escuchar. Aprendí que una versión de los hechos es solo eso, una versión, y no los hechos. Aprendí que lo que otros dicen de mí, dice más de ellos mismos que de mí, y que para criticar a alguien debe antes caminar mucho con sus zapatos.
Aprendí que solo se equivoca el que hace, así que equivocate mucho y sin miedo, porque siempre podés corregir. Lo único imposible es lo que no intentás. Aprendí que “no importa si hay vida después de la muerte, lo importante es que haya vida antes de la muerte”. Y para eso tenés que animarte a sentir, a emocionarte… Ni lo dudes, vale la pena, confiá en mí.