“Linda, diosa, bombón” para ellas, o bien “genio, capo, animal” y el ahora tan de moda “crack” para ellos, son todos adjetivos que hasta hace no mucho tiempo eran efectivos para elogiar a alguien. Pero hoy quedaron vaciados de contenido por un exceso de mal uso, que logró inmunizarnos ante esas y otras palabras que ya no logran hacernos sentir especiales.
La palabra elogio viene del latín elogium, que significaba inscripción sobre una tumba, es decir un epitafio o una alabanza para el difunto. Un elogio sincero, en el momento oportuno, puede ser una herramienta muy poderosa para crear una conexión genuina. Porque la gente se olvida de lo que decís y de lo que hacés, pero de no cómo la hacés sentir.
Pero elogiar no es adular. Elogiar es una muestra de aprecio que nace del corazón, la adulación nace de la boca y tiene como fin manipular. El adulador solo dice lo que el otro desea escuchar, mientras que el elogia dice lo que el otro merece escuchar. Un elogio es un cumplido especial y honesto, es un aplauso verbal que reconoce el obrar de alguien más.
El problema es que, el común de las veces, aun cuando creemos que alguien es merecedor de ese reconocimiento, no lo verbalizamos. Aunque estamos convencidos de haberlo hecho, en verdad balbuceamos el aplauso en voz baja, hacia dentro, y no lo exteriorizamos. Esos elogios no nos pertenecen, así que está mal guardarlos, debemos entregarlos a sus dueños. Porque todo el mundo tiene una cualidad que vale la pena destacar. Todos se merecen un epitafio en su tumba. Y si somos capaces de reconocer en vida esa cualidad de una forma sutil pero única y sincera, esa persona se sentirá querida y valorada. Cuando se trata de construir vínculos, hay pocas cosas tan potentes como hacer sentir importante al otro.
He descubierto que tenés muy buen ejercicio de escritura y que no solo escribis por metodo, sino que entretienes con diversas temáticas y muy buena prosa. Vaya entonces para vos mi elogio.
Te diría «crack»; pero con todo el peso de la palabra.
Sos muy buen comunicador.
Abrazo