Cuando mucho, casi todo o todo en nuestro entorno cambió, seguir haciendo lo mismo, seguir siendo los mismos, sería el preludio de una muerte anunciada, o peor, sería un cruel suicidio. Porque nada es para siempre y debemos tener la madurez emocional e intelectual para asumirlo y planificar, con suficiente anticipación, nuestra propia obsolescencia.
Pero empezar algo nuevo, cuando lo viejo aún sigue dando buenos frutos es difícil, porque es necesario des-construir lo hecho para lograr renacer mucho antes de morir. Para eso será imprescindible aceptar primero que nuestra exitosa receta está vieja, gastada y cansada. Y de nada sirve lamentarnos, ni negar la realidad, RE-negar y buscar culpables afuera.
Cuando soplan vientos “de cambio”, dice el saber popular, algunos se esconden y otros construyen molinos. Esos vientos son la antesala de una tormenta que azota a quienes, llenos de miedo, se aferran a lo conocido y rechazan lo que ignoran, pero también despierta a aquellos con el coraje de mirarla a los ojos y empezar de nuevo, las veces que haga falta.
El futuro es como un cuarto vacío y oscuro al que nadie quiere entrar hasta que otro encienda la luz. Pero mientras rezamos en la puerta para que eso ocurra, esperando hacernos del valor suficiente para abrirla, sentimos cómo crece sobre nuestra espalda la presión de los demás, que se amontonan en una fila en la que pocos se animan a colarse.
Por esa puerta hay que entrar sin pedir permiso para echar luz sobre nuestros propios pasos. Habrá tropiezos, sin dudas, cometeremos errores y aprenderemos una vez más a caminar en terrenos desconocidos para construir una nueva versión de nosotros mismos. Discúlpenme señores, pero yo empiezo hoy, así que los dejo, me voy y que sea otro el que apague la luz.