Ganarle a tus miedos

Un objetivo, en lo posible una fecha con vencimiento, un plan más o menos definido, la ayuda de otros mejor preparados y con más experiencia en la materia, una buena cuota de compromiso y determinación para no escatimar esfuerzos, para no perder el foco y para no usar alguna de esas excusas que siempre tenemos a mano para boicotearnos.

Además, ese objetivo y su fecha deben ser públicos, y no un secreto. Porque no basta con repetirlos en silencio, mentalmente, sino que debemos verbalizarlos. Se trata de diseñar una incipiente gesta con palabras, en voz alta, y compartirla con nuestro entorno para convertir a todos en cómplices y en hinchas, dispuestos a darnos su aliento para no bajar los brazos.

El camino no es fácil, nunca lo es. Pero el quinto paso seguro cuesta menos que el primero. Porque echar a andar un carro pesado es más difícil que mantenerlo en movimiento una vez que ya está rodando. El trayecto suele ser sinuoso y estar minado de obstáculos, que se empeñan en desalentarte, en convencerte de tomar atajos, abandonar o cambiar el rumbo.

No puedo, si puedo. No quiero, si quiero. La batalla entre tus ganas y tus miedos es constante y corroe, de a poco, tu voluntad. Un paso le sigue al otro, pero no siempre avanzás. A veces, en tu andar retrocedés y aun así estás más cerca de tu meta. Los tropiezos son una constante y sólo llegan aquellos dispuestos a levantarse las veces que haga falta.

Y cuando finalmente llega el día de ponerte a prueba, confirmás lo que ya intuías: tu mayor rival nunca está en enfrente, sino adentro tuyo. Y sólo si tomás conciencia de eso, entendés que a veces cuando perdés, también ganás, porque lograste reunir el coraje suficiente para enfrentarte a vos mismo. Y eso representa una muy íntima victoria sobre tus miedos.

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